Una
tos de varios días nos llevó el sábado en la noche a una farmacia. Al
bajar del carro, estaba en la banqueta un gatito asustado, perdido,
huyendo de los pasos apurados de la gente. Le hablé y me siguió, aunque
con desconfianza. Después de pasar a la farmacia, al regresar, el gatito
ya estaba en el carro. Ámbar lo acariciaba y lo tapaba con una cobija.
Arvo estaba emocionado. Nos lo llevamos a
casa para no dejarlo solo ahí. En el camino, el gatito prendió el
motorcito y se quedó dormido en mis piernas. Esa noche le llamamos Yoko
(esa mañana R lo había bautizado sin conocerlo) pero ahora su nombre es
Hu. Esa noche (sábado), podría llamarse también efecto mariposa. Pero
también es sólo sábado.
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