26.4.22

Vengo

Vengo a lavarme la cara con agua fresca. El descanso necesario son estas letras que se tejen a partir de la madeja que voy desenredando. Tejo una línea, una superficie. Tejo una hamaca y me meso antes de dormir. Así son estas palabras frescas como las tardes de hamaca bajo los árboles. 

Le pido al agua que aclare las superficies y las ideas. Le pido a esta ventana que deje entrar algo del aire fresco que trata de asomarse. Respiro. Mis manos convocan al agua y al aire. Los demás elementos soy hoy.

Si esta noche fuera el castillo de mis sueños, aparecería ahora un camino enmarcado con hojas, un destino permanente, en la sombra, acolchado y con sábanas limpias. Mis ojos tienen fecha de caducidad pero no la conozco. Mi cuerpo también.

24.4.22

Fuego

Se hizo el silencio en esta casa. Son las 11 de la noche y en este cuarto oscuro me acerco al fuego de la pantalla de mi computadora para contar(me) historias. Llega este momento en el que puedo verme más  claramente, en el que no soy la mamá ni la docente ni la terapeuta ni la poeta. Me gusta este momento de ser solo una persona frente al teclado contestándose preguntas no formuladas.

A esta hora y con este silencio empiezo a notar el sonido del abanico que desde hace horas está prendido.  No se escuchaba antes, como tampoco mis pensamientos ni el sonido de este tecleo. Creo que si lo apago y pongo atención, a esta hora podría también escuchar el mar desde mi ventana.

Hice una pausa para apagar el abanico y sí: se escucha el mar. ¿De cuántas cosas nos perdemos cotidianamente por embarcarnos en el ruido? 

Miro fijamente a las llamas, las veo arder y me veo en el espejo de las letras. Recuerdo aquel año nuevo en el que inicié ciclo prometiéndome arder y arder y no dejarme apagar el alma. Así cada noche se renueva mi promesa, aquí o en el cuaderno. Siempre frente a las palabras.