26.2.23

Bosque en mi ropa

Traigo pegado el bosque en alguna parte de la ropa o de la piel. Tomo mi café de la mañana y el vapor lo es también de nubes de laderas infinitas que se pierden tras el pasillo de mi casa. La humedad me convoca a todas horas mientras envío correos electrónicos y me conecto a zoom. Las ramas a veces tapan la visibilidad de mi cuerpo a la cámara de la computadora y solo me dejo enverdecer por el rocío en gotas que me cubre el cuerpo súbitamente. 

Hace unos días convoqué a mi alma y mis cuerpos a una fiesta. Salieron ya listos apenas mi voz los nombra; perfumados con sus mejores galas de montaña enraizada en bosques claros. Desde entonces me tiene intranquila el sonido de los grillos, las ranas. Traigo luciérnagas en el cabello y se me cruzan entre las manos a cada rato. Mis piernas corren a abrazar la ladera de las palabras que he dejado cada vez para más al rato. Mis brazos se abrieron a hacer angelitos en los cerros de palabras, a acostarse en ese justo momento que dejé pausado hace algunos años. 

Bosque, a ti pertenezco y me perteneces. No como un objeto que se transporta sino como ríos que convergen y luego se dividen por otro tramo. Soy también esos sonidos de noche, soy el amanecer fresco de tantos días. Me doy cuenta que algo dejé en aquellas latitudes. Perlas, ámbares y tal vez respiraciones más profundas. Las nombro y me aparecen en las manos. 

El bosque en mi ropa. En mi desayuno. En mis historias. 

Y sí, me atrevo a volver a construir la casa. To build a home, como en aquel tiempo. Esta vez más mío y justo en mi lugar.




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