Ayer. Día oscuro en el que parece que no hay nada qué elogiar. De
rebotar como pelota de frontenis una y otra vez contra el mismo muro de
burocracia, preguntándome si tal vez de tanto ya tengo un brazo de
piedra o ceguera selectiva. No saber (otra vez) si sigue teniendo
sentido. Terca e idealista no es una buena combinación en este caso.
Llorar de impotencia frente a la máquina
que todo se lo come, como si hubiera algo qué hacer ante ello. Ni
siquiera son las personas. Es el sistema y no creo que cambie (dejo
abierta la posibilidad, como siempre). No cambiará pero sí tal vez
llegue a cambiar mi obsesión por pelear con molinos de viento. Y es lo
mismo eso a que todo cambie.
Cada uno libra sus batallas. Creo que
mi proceso de selección de las mismas necesita calibrarse. Anoche me
tardé todavía más en regresar porque se había metido una rata (que no
vi, pero que imagino negra) entre unas cajas. Qué simbólico.
Soy tan
terca que de esto también quiero aprender. Tirada en el piso como la
pelota después del juego, toda despelucada. Sabiendo que la pared es
indestructible. Pero también sabiendo que no quiero irme a encontrarme
con esa misma pared reencarnada en ninguna otra parte.
Buscando el
lugar desde dónde poder enfocarme en lo que sí quiero que suceda. Y si
hay algo bueno qué decir es que en todo esto sé que estoy acompañada,
ahora más que siempre, y eso también hace que la tuerca de este
escenario gire un poco (sólo un poco) hacia la derecha.
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