Estas ganas de escribir a veces se transforman en ganas de (d)escribir, descubrir a un tú. A veces se transforman en una caminata larga en un día de ráfagas. O se transforman en hueco. Hoy leí que la falta a veces no es algo que necesita ser llenado, sino ser sostenido. ¿Qué significa sostener? Que no hay que seguir acumulando respuestas, sino aprender a vivir con las preguntas. Cristina dice que hay quien le pone nombre a su falta, y que hay que sacar a pasear a la falta como quien pasea un perro. Lo mismo: habitar lo que es.
En esta caminata encuentro motivos para escribir. Pero hacerlo, no sería una experiencia completa, porque en esta interna específicamente me acompaña el cuerpo. Aquí me pregunto: ¿y si ya me alcanzó el cuerpo? Contexto: me propuse esperarlo, detener la mente y los planes hasta que el santo cuerpo se sintiera listo. ¿Y si eso ya está sucediendo? Me inquieta. Mucho.
¡Señora! Me grita alguien, y al girar veo la retroexcavadora que espera que me mueva para poder bajar a la playa para poder seguir con las reparaciones. Una playa oscura en bruma, en proceso de rehabilitación, en proceso para llegar a ser una playa para recibir a los turistas en verano. Y en ella camino para desviar estas ganas que se me salen por los poros juntas, y en ella escribo para recordarme que aquí estoy y aquí estaré, que permanezco antes y durante y después de todas las historias juntas, de todas las que habitan esta orilla en este muro en todos los tiempos.
En todas las cartas que escribo hay un remitente. Hoy estoy empezando a pensar que soy yo misma. Que de alguien frente a mí sólo necesito abrazos y escucha y presencia. Pero cartas, tal vez ya he escrito las preguntas suficientes. Y sí, puedo vivir con ellas así como son.
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