Podría hoy convertirme en compositora de country. Ahora entiendo al hombre rana que abría cada mañana su jeep-tienda dispuesto a cantar grave toda la mañana mientras esperaba que alguien parara a hacerse alguna llave en la cerrajería ambulante. Era el swap meet y yo tenía 19 años. La complejidad era material de otro planeta y desembocaba en un diario en el que escribía la mirada que tenía para el mundo. Y describía el mundo que entonces eran mis amigos, la escuela y la casa. El mundo que era yo misma preguntándome continuamente.
Hoy siento un nudo en el estómago que me jala la garganta. Ayer me sentí perdida en un pasillo del Home Depot y eso me puso triste. Luego pensé en los migrantes que dejaron sus casas, que huyeron consigo mismos en sus espaldas. Me sentí culpable por ahogarme en mi pequeña tragedia cotidiana en la que hay un techo y las personas que amo y que me aman están cerca. Las certidumbres están sobrevaloradas. No me gusta el country, pero me asomo a este laberinto de la vida y solo puedo pensar en aquella cerrajería ambulante y su vendedor-cantante.
Ahora mismo un bebé llora. Con todo el esfuerzo que le permite la garganta que le ha prestado esta existencia. No parece tener hambre. No parece tener dolor. Creo que grita porque puede, porque está aquí, porque hay que estrenar la garganta y probar sus alcances.
Soy nudo, soy nube, soy letra y tiempo. En algún mundo paralelo hoy abrí mi cerrajería y canté horas extras, aún sin clientes.
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