Podría llamarse miedo. Como piedra incrustada en el estómago, como peso muerto que no flota ni separa lo alto de lo bajo. Al borde de la nada. Si hubiera una orilla en mí, sería esta. A dónde van mis pies qué
piso detendrá mi paso qué gravedad aplicará sus leyes en mi territorio qué
respiración sera después de ésta. La vida me llama desde el otro lado y yo,
animal de costumbres, me retuerzo en mi propio surco miles de veces
andado. Me duele el pensamiendo en alguna parte del cuerpo. En otra, hay fiesta elegante.
Caigo en cuenta que soy como Ciudad A. Soy tanto como Ciudad A.
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