Al
maestro, poeta y amigo Víctor Soto Ferrel, lo conocí los últimos años del siglo
pasado (decirlo asi le agrega tiempo aunque sea lo mismo que decir que fue
alrededor de 1998-1999) en la Escuela de Humanidades, ahora Facultad de
Humanidades y Ciencias Sociales de la UABC en Tijuana, donde impartía clases y
se encargaba del Cine-Club, que a la fecha sigue coordinando. En ese tiempo, yo
era integrante del Taller de Poesía de la UABC, y al revisar los antecedentes
de la entonces revista “Hoja de Poesía” pude leer ejemplares anteriores cuando
se llamaba “Hojas”, en la que Víctor escribió, como parte de este extinto
taller que duró más de 30 años. En ese tiempo conocí el libro Siete poetas
jóvenes de Tijuana, editado en 1975, en el que se incluyen textos de Víctor
junto a otros de Ruth Vargas Leyva, Luis Cortés Bargalló, Eduardo Hurtado,
Alfonso René Gutiérrez, Raúl Rincón Meza y Felipe Almada (también pintor y
quien posteriormente se enfocó más en la pintura). Ese libro a la fecha es
considerado como un parteaguas en la historia de las letras en la región, ya
que representa a esta generación que marcó el camino hacia una nueva literatura
en Baja California, una literatura que mantenía lazos con la tradición poética
mexicana y en la que se mostraba una mayor consonancia con lo que estaba
sucediendo en la poesía contemporánea nacional. La mayor parte de ellos se fue
a estudiar a la Ciudad de México (Víctor estudió Medicina en la UNAM y
posteriormente la Maestría en Letras Mexicanas en esa misma institución).
Sobre
Víctor Soto y su anterior libro, La casa del centro (publicado en 2001,
por ICBC), Luis Cortés Bargalló escribió: Es poesía que mira de frente a la
realidad, que sabe celebrarla pero que cuestiona, desde el rigor y la
plasticidad de la forma, la univocidad del sentido y los sentidos. Los
elementos de la realidad cotidiana, aunque son una presencia constante,
descarada y basta, más que vivir en estos poemas, pareciera abordarlos
sitiarlos, dejar su huella ardiente y emprender la fuga.
A quince
años de La casa del centro, se da a conocer Arena oscura, libro
ganador en Baja California del Premio Estatal de Literatura en Poesía 2014,
como una nueva entrega del trabajo de este poeta que continúa su trabajo
silencioso y sin mucho aspaviento, pero constante.
En Arena oscura, Víctor nos muestra momentos cotidianos de tránsito en la ciudad física y emocional. Miradas que son instantes en el deambular de la ciudad, como si de pronto el poeta fuera el transeúnte que observa calles y sucesos, y a veces también tomara el cuerpo de los personajes. Personas sin nombre que podría ser cualquiera de nosotros, vistos desde un momento casual del que transita.
Entre la
voz poética y el canto breve aparecen, por ejemplo: un pepenador de barba
blanca, un ladrón, meseros, un taxista ebrio, un hombre tirado en la banqueta
descalzo, travestis, taqueros que conversan al amanecer, el mar, alguien que ve
una salamandra, el cantinero, una dama de cabellos rojos que encuentra una
carta sobre la mesa, un jardinero, una mujer que sirve café, un hombre que
vende boletos. Ellos, entre muchos personajes más, se revelan en instantes como
fotografías de un momento efímero. Fotografías que, reunidas, muestran una
especie de crónica poética de la ciudad, construida con instantáneas cotidianas
en las que emergen sentimientos, brillos del día y de la noche. Sobre todo de
la noche. El
silencio del cuerpo cruza la noche, dice Víctor en un verso.
Dentro de
este escenario, la ciudad está presente como fondo que emerge personaje
repetidamente. La ciudad que se queda sola. La ciudad en la que llueve. La
ciudad solitaria tras la lluvia. La ciudad tiempo. La ciudad tránsito. Y nos
trae Arena oscura, como un documento que atestigua lo que sucede una
capa debajo de la corteza urbana, donde están los caballos de la
prisa. Capa accesible solamente con la sensibilidad de quien observa a la
luz de la poesía. O de quien pide a las tres de la mañana Amores fingidos
a un conjunto norteño en la plaza Santa Cecilia. :)
En este
retrato poético de la ciudad, está también presente su vida nocturna, un perro
husmeando sangre seca en la yerba, la violencia, los retenes, policías
trasnochados. Al
azar voy entre puestos de carne asada, retenes y un discurso sabido de memoria,
dice en el poema Trámites.
Dentro de
esos instantes, hay también momentos cercanos al haikú, no por la forma sino
por la mirada, por el asombro y la emoción a partir de la contemplación. En
estos textos, el poeta como testigo, mezclando la contemplación de elementos de
la naturaleza y la del entorno cotidiano.
En el
poema Orillas:
Sobre hojas negras
tiembla la luna
Entre geranios hechizados
un grillo arrulla el agua
Gritan burbujas refulgentes
con sal restauro heridas
Paredes lavo la estufa
de la orilla donde vivimos
En la mesa deslumbra
una naranja.
Al
principio, el título del libro evocaba para mí sólo la referencia genérica.
Tuve el privilegio de participar en el proceso editorial del mismo, y en una de
las lecturas que hice, me encontré con la frase: Se pierde en la
espuma de la tarde la risa de un niño y el canto de los músicos. El mar borra
mis huellas en la arena de Playas de Tijuana. Entonces se encendió para mí
el título. O por lo menos le di un significado más personal: imágenes de esa
playa en Tijuana con la que estoy familiarizada desde la infancia, del instante
casi imperceptible en el que al dar el paso en la arena ésta se torna oscura
por un momento. Pensé en los momentos de la vida que están ahí presentes de
forma constante, pero que por ser tan breves pasan desapercibidos. (Hasta que
llega un detonador –poema- a hacerlo notar). No sé si a eso se refiera Víctor,
pero yo elegí darle para mí ese significado. Ya nos dirá el autor. O cada
lector elegirá su propia interpretación.
En estas
lecturas que hice del poemario, brilló para mí un poema titulado Solo tus
pasos (p. 36 y 37). No pondré aquí el texto para dejar abierta la posibilidad
de que alguien tome la recomendación y llegue al texto con curiosidad. Si eso pasa,
que lo disfruten.


