La semana antepasada armé una versión de mi libro especialmente para que una de mis poetas favoritas lo leyera. Tal vez nunca sabré si lo leyó, pero supondré que sí. No vaya a ser que se me vaya antes de conocerla, como sucedió con Szymborska.
Un libro también es una carta. Un libro también es una carta sin remitente. Esta va dirigida a todos los osos polares del mundo. La otra se me queda pendiente.
Por cierto, también me gustan los aeropuertos.
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