21.11.17

Desde el cielo

Vista desde arriba, la ciudad es una retícula de luces. Desde mi laberinto, a 10 mil metros de altura intento descifrar ese otro: mi espejo allá abajo. Pareciera que sólo habita electricidad en ese plano de circuitos que se conectan. Desde acá no se perciben parques ni personas caminando en las banquetas, ni sus pensamientos repetitivos; desde acá la ciudad es sólo brillo y oscuridad.
Pienso en mi libreta y en todos los planes que guarda. Bastaría que algo fallara en este equilibrio perfecto para que todo terminara. Agradezco que este azar que no busco comprender decida mantenerme viva, o eso que llamo estar viva.
Vista desde arriba, esta ciudad son también posibilidades; caminos posibles que se expanden hasta donde me alcanza la vista. Cuántas veces he visto este ángulo del mundo! Cuántas miradas diferentes me ha permitido la vida tener desde este mismo cuerpo!
He tomado una maleta en mi mano para subir a un avión de todas las formas posibles: enamorada, apurada, triste, emocionada, tranquila, asustada, agradecida, plena, curiosa, acelerada, harta, alegre... Ha sucedido todo. Antes y después de esta escena ha habido bosques y desiertos, literalmente. Ha habido carreteras hacia la compañía y hacia la soledad; hacia muchos grises contínuos e intermitentes. Mi curiosidad es un ser que alimento como si fuera el guardián de mi puerta, con la única llave. Aún así, también reconozco en mí esa mirada única que en esta época quiere comer todos los días caldo de pollo sin hartarse.
Y llega la noche desde la ventanilla de un avión que me muestra la ciudad, las ciudades, desde su inmenso brillo. Las ciudades-espejo que me cuentan sus historias, que me comparten sus íntimos detalles como si se tratara de una conversación de esas que suceden en los sueños. Respiro. Acá sigo, partícula de algo que viaja en un aparato que vuela.

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