10.12.16

Escribir lo cotidiano. Día 41/100

Ayer. Día oscuro en el que parece que no hay nada qué elogiar. De rebotar como pelota de frontenis una y otra vez contra el mismo muro de burocracia, preguntándome si tal vez de tanto ya tengo un brazo de piedra o ceguera selectiva. No saber (otra vez) si sigue teniendo sentido. Terca e idealista no es una buena combinación en este caso. Llorar de impotencia frente a la máquina que todo se lo come, como si hubiera algo qué hacer ante ello. Ni siquiera son las personas. Es el sistema y no creo que cambie (dejo abierta la posibilidad, como siempre). No cambiará pero sí tal vez llegue a cambiar mi obsesión por pelear con molinos de viento. Y es lo mismo eso a que todo cambie.
Cada uno libra sus batallas. Creo que mi proceso de selección de las mismas necesita calibrarse. Anoche me tardé todavía más en regresar porque se había metido una rata (que no vi, pero que imagino negra) entre unas cajas. Qué simbólico.
Soy tan terca que de esto también quiero aprender. Tirada en el piso como la pelota después del juego, toda despelucada. Sabiendo que la pared es indestructible. Pero también sabiendo que no quiero irme a encontrarme con esa misma pared reencarnada en ninguna otra parte.
Buscando el lugar desde dónde poder enfocarme en lo que sí quiero que suceda. Y si hay algo bueno qué decir es que en todo esto sé que estoy acompañada, ahora más que siempre, y eso también hace que la tuerca de este escenario gire un poco (sólo un poco) hacia la derecha.

No hay comentarios.: