10.12.16

Escribir lo cotidiano. Día 41/100

Ayer. Día oscuro en el que parece que no hay nada qué elogiar. De rebotar como pelota de frontenis una y otra vez contra el mismo muro de burocracia, preguntándome si tal vez de tanto ya tengo un brazo de piedra o ceguera selectiva. No saber (otra vez) si sigue teniendo sentido. Terca e idealista no es una buena combinación en este caso. Llorar de impotencia frente a la máquina que todo se lo come, como si hubiera algo qué hacer ante ello. Ni siquiera son las personas. Es el sistema y no creo que cambie (dejo abierta la posibilidad, como siempre). No cambiará pero sí tal vez llegue a cambiar mi obsesión por pelear con molinos de viento. Y es lo mismo eso a que todo cambie.
Cada uno libra sus batallas. Creo que mi proceso de selección de las mismas necesita calibrarse. Anoche me tardé todavía más en regresar porque se había metido una rata (que no vi, pero que imagino negra) entre unas cajas. Qué simbólico.
Soy tan terca que de esto también quiero aprender. Tirada en el piso como la pelota después del juego, toda despelucada. Sabiendo que la pared es indestructible. Pero también sabiendo que no quiero irme a encontrarme con esa misma pared reencarnada en ninguna otra parte.
Buscando el lugar desde dónde poder enfocarme en lo que sí quiero que suceda. Y si hay algo bueno qué decir es que en todo esto sé que estoy acompañada, ahora más que siempre, y eso también hace que la tuerca de este escenario gire un poco (sólo un poco) hacia la derecha.

2.12.16

Escribir lo cotidiano. Día 40/100

Una vez creí ver o vi otra vida. Estaba en un cuarto de paredes de piedra, como un fuerte o un castillo. Todas las paredes estaban cubiertas de libros y había una ventana. Ese era un lugar seguro donde yo me resguardaba de algo.
Hoy acomodaba en mi maleta unos libros y me di cuenta de que esos objetos me hacen muy feliz. No imagino una vida sin libros. Supongo que tiene algo de apego pero esta vida mía incluye y seguirá incluyendo libros y lectura.

1.12.16

Escribir lo cotidiano. Día 39/100

Me preguntaba cómo tener tiempo para escribir. Como si el tiempo fuera algo que llegara de repente, tal vez en un paquete de regalo o como una aparición sobrenatural. Ese tiempo que me regalaron cuando nací. Ya está en mis manos desde que empecé a distinguir colores, balbucear y aprender todas las cosas que uno aprende cuando llega a este mundo.
Tiempo para escribir. Nadie va a llegar a darme algo mío que no tiene.
Desde el piso 18 libero mis ojos sobre este pedacito de Guadalajara. Me imagino las historias que habitan dentro de los carros, en las banquetas, detrás de las paredes, debajo de los techos. Tal vez alguien ahora mismo se asoma a su ventana en otra parte y siente esto mismo en el estómago y pecho. Y se da cuenta que la escritura también lo habita.